Jennifer Cortes Banguera

Trabajadora social y poetisa

Nacida y criada en Tumaco, donde el mar susurra memorias y la piel aprende a resistir y a florecer. Trabajadora social y poetisa de la vida, tejedora de palabras y caminos. Parte viva de la colectiva de mujeres negras y sexualmente diversas OMBLIGADAS, un espacio que me recuerda, cada día, el poder de la juntanza. He caminado la intervención comunitaria como un acto de amor y resistencia, guiando talleres sobre afrofeminismo, género, interseccionalidad, violencias basadas en género, diversidades, identidades, niñez, cultura, arte y medio ambiente. Mi caminar es una apuesta por la vida digna, por el goce, por la libertad de ser y sentir sin miedo.

Reflejos

Después de mil lunas, se ha ido el silencio.

La fuerza de la lluvia lo diluyó sin avisar.

Como torrentes, las gotas de agua en el techo penetraban,

pero también hacían ruido en el silencio de mi alma.

Removieron lo que por mucho tiempo me aquejaba

y sacudieron la resignación que me habitaba.

Mi grito herido, con el sonido de la lluvia, se mezclaba

mis lágrimas, hacían dúo con el agua.

Después de tantos años, me sentía aliviada.

Era como si el agua, sin tocarme, me limpiara.

Mis heridas, poco a poco, se cerraban,

y después de mil noches,

pude dormir en calma.

(Gotas de agua, Jennifer Cortes, 2023)

Hace tiempo vengo pensando y cuestionando lo que significa y representa el amor. Pensaba en sus formas, en sus ideales, en lo que te dicen que debes hacer y ser para merecerlo. Me di cuenta de que por muchos años me convencí a mí misma de que no lo merecía. O más bien, el mundo y su sociedad racista instauraron en mí la idea absurda de que el amor no podía ser parte de mi vida. Pues esta mujer que me habita es la representación de muchas de las cosas que gran parte de esta sociedad aborrece. Una mujer negra, con pelo quieto, con trenzas y con un cuerpo que no era el hegemónico. Un cuerpo y una piel tan violentamente discriminados, exotizados y sexualizados. Yo me miraba en el espejo y no me amaba. Odiaba lo que en él se reflejaba.

Buscaba todos los «defectos» que, como susurros a mis oídos llegaban. Culpe a mi cuerpo, culpe a mi rostro, culpe a mi risa, a mi mirada. Culpe hasta mi forma de pensar. Incluso llegué a creer que yo era la que no sabía amar. El refugio más seguro era mi soledad, aquella que despertaba a todos mis fantasmas. El del miedo, el del odio, el del desprecio. Pasé años llorando y culpando a mi negritud, a mi corporalidad, a todo lo que yo soy. Pero esta mujer, que muchas veces silenció su voz, esa voz que en su momento no se atrevía a cuestionar, como el primer golpe del tambor, empezó a retumbar, haciendo ecos se hizo escuchar. Y ahora, me paraba frente al espejo y me empezaba a preguntar: ¿Quién eres? ¿En qué te convertiste? ¿Hasta dónde pretendes llegar?

Y me empecé a dar cuenta de que debía cambiar y, para ello, tenía que empezar a aceptarme y amarme a pesar de que el mundo me rechazase. Empecé a identificar el verdadero resplandor de mi alma y el brillo de mis ojos cuando en el espejo me miraba. Empecé a dejar a un lado los estereotipos y las críticas que controlaban y guiaban mi vida y empecé a desatar mis manos y mi ser de toda esta colonización capitalista.

Y empecé a verme a mí misma y empecé a contemplar mi ruidosa risa, tan hermosa, tan brillante, tan libre, tan llena de vida, que ya nadie jamás la apagaría. Terminé aceptando que soy hermosa así, con mi pelo quieto, con mi piel negra, mi sonrisa blanca y mi gran fuerza y aunque pasé tiempo descubriéndolo, logré entender que mi luz y mi esencia no fueron hechas para que todo el mundo las entendiera o las aceptara, fueron hechas para mí, para reconocerme, para identificarme, para amarme siempre y nunca dejar de valorarme.

No se engañen, no fue un proceso fácil. Al mirar con ojos de amor mi negritud, hice catarsis y renací. Fue doloroso, pero sigo aquí. Aunque creí que iba a morir. No lo hice sola, fui encontrando en el camino manos que me ayudaron a sostenerme, libros que abrieron mi mente, colectivos que me abrazaron y muchas mujeres ejemplos de vida que antes que yo caminaron. Todas me aportaron en este camino de sanar y mirar con amor y orgullo lo que se refleja en mi espejo.